Dicen que fuiste en principio inspiración
del Gran abuelo y la Gran abuela,
que fuiste hecho de barro, de madera, de maíz.
Los antiguos textos relatan cómo,
del sagrado grano, la forma y la vida
se adecuaron en ti, que tomaste tu lugar
en esta tierra que nadie conoce.
Por tradición oral sabemos qué
fuiste uno con la naturaleza,
fuiste el enclave entre lo sobrenatural y lo místico.
De la tierra en donde habitabas
descendiste al valle de la muerte,
al inframundo
y luchaste contra los señores oscuros
para perder en batalla épica.
De un árbol en esa tierra maldita,
germinaste de nuevo en el vientre
de una santa incomprendida y migrante.
Emergiste de su vientre
para volver a ser lo que siempre fuiste
y de nuevo retaste a los señores de la oscuridad
para ponerle fin al conflicto que afligía a tu pueblo.
Y mientras los siglos y milenios pasaron sobre ti,
construiste inmensas ciudades,
calzadas y acueductos,
y miraste hacia arriba
para beberte el universo y sus secretos.
Despegaste pues del suelo
para recorrer galaxias y constelaciones
para volver y plasmar tus conocimientos
en piedra eterna.
Sin darte cuenta,
tu grandeza empezó
a asesinar a la tierra que era tu madre
y poco a poco, sus bondades fueron efímeras
sobre ti y tu pueblo.
Sin otra opción te esparciste
por el vasto territorio inexplorado
y seguiste tu legado en muchos pueblos,
en muchas montañas,
sin tu nombre escribir jamás.
Pasaron los siglos,
y de nuevo te encontraste a ti mismo,
a tu pasado, a tu presente, y competiste
con tus vecinos por el domino de esta tierra
que todos conocen pero nadie siente.
Viste con horror y desconcierto,
cómo del mar y de otras tierras,
se aproximaban hombres extraños
de piel clara y mirada perversa,
sedientos de algo que no comprendías.
Sin saber contra qué peleabas, sin saber cómo pelear,
fuiste al frente a morir una y otra vez
hasta que no pudiste más.
Enfrentaste así el destino de los vencidos,
soportando el yugo centenario
que sobre ti y tú gente cayó para no irse.
Pasaron los años, los siglos, los días,
intentaron eliminar tus creencias,
matar a tus dioses,
sepárate de tu madre la tierra,
hacerte olvidar tu idioma, tu identidad.
Las épocas cambiaron, el mundo cambió,
la nueva era llego y tú permanecías igual,
subyugado, esclavizado al destino que te impusieron.
Olas de pobreza, hambre, sed, injusticias,
dolor y muerte cayeron sobre ti,
tu dolor no era importante,
te llamaron indio, campesino, pobre…
Te mezclaste con aquellos
que alguna vez se llamaron superiores,
tu sangre se disemino en un mar de colores,
nombres costumbres.
Muchos, la mayoría sin saberlo,
portamos tu sangre, tu legado, tu antigüedad
y aún así no te vemos frente a nosotros.
La guerra, las políticas y el dinero
pasaron todos sobre ti,
una y otra vez para hundirte más y más
en tu cárcel invisible.
Y hoy, en este momento, estas ahí,
estas aquí, en el campo, en las ciudades,
en la selva milenaria que te vio nacer,
estas y has sobrevivido;
estas presente en todas formas,
en la forma del hambre, en la forma de la pobreza,
en la forma del éxito,
en fotografías, trajes y costumbres.
Sigues aquí, siempre lo has estado,
esperando renacer,
esperando volver a nacer del sagrado grano,
para recuperar tu tierra, tu gloria, tu mundo…
Hombre de maíz.
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El tiempo transcurre lentamente entre suspiro y suspiro, los objetos presencian el daño que la vida recibe de manos del destino y todos los actores de la obra llamada presente, continúan su rutina, sin intuir que los espejos les reflejan un pasado que jamás debieron vivir.
La misma luz, el mismo aire, las mismas voces que rebotan en el vacío que llena la mente, actores similares, todos ocupando el mismo lugar y jugando el mismo papel irrelevante. Mis ojos no adivinan lo que mi mente intenta descifrar, mientras que mi piel recibe esa placentera sensación que en el pasado resulto ser producto de un roce con lo improbable.
Los segundos pasan pero el tiempo se detiene, mi memoria intenta decirme que esto ya ha pasado, mis ojos reconocen el quien familiar en los rostros que jamás he contemplado y una mano suave enciende las mismas chispas traicioneras que antes me atraparon; el espejo muestra la verdad que esconde la memoria… ha vuelto a pasar.
Sin darme cuenta, todo se detiene, los espectadores y actores de esa extraña obra desaparecen, los sonidos son enmudecidos por el ruido del silencio, los olores embriagan mi cordura, todo en el lugar resulta ser una retrospectiva confusa, una broma, un sueño que no debería volver. Sin darme cuenta, mi bebida se consume y mis manos quedan vacías, un susurro despierta mi curiosidad, mi piel siente esa extraña sensación de placer… es ella, ha vuelto a mí.
Su rostro es distinto, su voz ha cambiado, su aroma es dulce y atractivo, sus ojos esconden su naturaleza, su sonrisa ya no es la misma, su silueta difiere a la que vi antes, sin embargo, puedo jurar que es ella, atrapándome otra vez con sus encantos, confundiendo todo lo que creí tener en orden, el Déjà vu se burla de la lógica, soy otra vez partícipe de la misma obra, el segundo acto ha comenzado y yo, desconozco el desenlace.
Recuerdos, vivencias, sensaciones y sentimientos se mezclan en mi espacio, el espejo me muestra lo que fue, ella me muestra lo que ahora pasa y yo cierro los ojos ante lo que vendrá.
Al final, al abrir los ojos, regreso, despierto, los sonidos han vuelto, los actores siguen su rutina, el espacio vuelve a ser lo que fue, el aroma ha desaparecido y la silueta de ella se pierde en la multitud, como escapando de un crimen; mi bebida enfría mi confusión y la música destapa mis tímpanos, todo ha sido confuso, pero al final regresé, estoy aquí y el espejo se ha roto.
El espejo se ha roto, pero sé que aparecerá ante mí, el pasado vuelve, mi presente muere mientras pienso; es sin duda un Déjà vu.
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Dicen que vivía con el viento, dicen que era el más pagano de los profetas, por ahí dijeron alguna vez que era un iluminado, unos lo llamaron loco, soñador, anarquista, qué se yo.
La vida, con sus contrariedades, con su dolor, con su sufrimiento, con sus guerras y odio entre los hombres, le parecía, hermosa, bella, única, prestada, una ganga en tan corta existencia; aprendimos de él que la sabiduría viene con los años y con el corazón, que crece cada vez que dejas descansar a tu mente. El tiempo nos enseñó a nosotros, los que vivimos de pasiones que los malos tiempos están a la vuelta de la esquina, el dolor es parte de nuestra rutina, la esperanza parece una utopía al igual que la paz.
El odio gobierna los corazones de una minoría que oprime a la multitud indefensa en su indiferencia, la vida humana es tan valiosa como un pedazo de cualquier cosa inservible, los hombres y mujeres de este mundo hemos perdido el camino, la fe, la pasión por vivir, vivimos por inercia, por obligación, no por vocación; La belleza de la naturaleza, del mundo, de nuestra casa se ve poco a poco destruida y violada por la falta de escrúpulos, por la falta de cultura, por el exceso de nosotros, por la falta de Dios.
La literatura, la poesía, la música, el arte en general se ven olvidados hoy, dejados de lado, y en su lugar, una masturbación electrónica, un escapismo de circuitos y procesadores, una realidad que no lo es, un conjunto de menesteres que nos narcotizan y nos ciegan día a día, mostrándonos solamente lo que queremos ver, lo que queremos “vivir”.
Cuentan las antiguas crónicas que hace aproximadamente dos mil años, del otro lado del mar, apareció un carpintero, en la antigua Galilea, dicen que predico el amor y la tolerancia, enseño que no tenemos que hacer mucho para ganarnos un lugar en el reino de los cielos; dijo además que el prójimo es nuestro reflejo, con otra piel, con otros ojos y que el amor era el único camino para vivir plenamente en paz. Hace dos mil años, del otro lado del mar, a este loco, no lo entendieron, y fue crucificado;
Hace más de setenta años, empezó a caminar por el mundo un poeta, un peregrino, un profeta pagano de las realidades mundanas del mundo; el viento, Dios mismo y el magnetismo que le llevaba a ser libre, lo mandaron a recorrer el mundo y difundir un mensaje, y al igual que muchos antes de él, no pidió nada a cambio, sólo vivir feliz.
Dicen que era un caminante, un profeta, un poeta, qué se yo; predicó el amor y la paz, y al igual que un carpintero hace dos mil años, no fue comprendido y murió para desafiar la eternidad del tiempo y la vida.
Los hombres y todo lo que hay en este mundo quedan, las palabras y el mensaje del amor perduran hasta que todo deje de existir.
A la memoria del caminante, Facundo Cabral (1937-2011)
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En la penumbra sólo percibo la frialdad que el vacío deja tras de sí, a lo lejos creo distinguir una silueta salvadora que poco a poco se impregna en mi sien, se dibuja en mis pupilas;
de pronto, ya no tengo miedo, el frío viento deja de empujarme y la suavidad del silencio se convierte en un dulce soneto que me llama sin palabras;
sin embargo no puedo ver su rostro, sólo me guía, sólo me pierde, sólo me despierta...
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La naturaleza del hombre se define por su historia, el hombre deja de ser irracional y racionaliza su propia existencia, apoderándose del futuro, asesinando el presente. Su deseo de comprender obedece a la necesidad de desligarse de su madre la tierra, en su capricho por conquistar, olvido que él mismo es producto de un capricho del Ser supremo.
La existencia del hombre, marcada por su fugaz resplandor de omnipotencia, opaca sus orígenes de ser armonioso con sus hermanos los seres vivos, que al igual que él, poseen el derecho a existir hasta que tengan que existir.
El hombre nació cuando la naturaleza permitió que apareciera en la tierra, la tierra comienza a morir cuando la naturaleza del hombre lo hace olvidar que así fue.
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Maldigo a la soledad que me aprisiona,
Maldigo a la melancolía que me absorbe,
Maldigo a la noche que me apaga,
Maldigo a la memoria que me enloquece,
Maldigo a la distancia que me aleja,
Maldigo a la vergüenza que me calla,
Maldigo…
Sin embargo, a pesar de todo,
Bendigo al recuerdo que me abraza,
Bendigo al viento que roza mi piel,
Bendigo al instante en el que río,
Bendigo al párrafo que expresa mi sentir,
Bendigo el olor que me narcotiza,
Bendigo al tiempo que me humaniza,
Bendigo al pecado que me reanima,
Bendigo…
Autor: Rodrigo Ventura
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Mis temores, mis alegrías, mi última letra, mi primer suspiro, mi esquiva inspiración, mi descaro, mi pasado, mi mala memoria, mis recuerdos, mis amores, mis fantasmas, mi sentir, mi locura, mi terquedad, todo como una humilde ofrenda para que regreses, tú, musa fugitiva...
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Un adiós no es suficiente, un hasta luego es mentiroso, un hasta nunca quizás lo más sincero, un te extrañaré que se ahoga en mi interior, un quédate que sólo yo escucho.
Me inquieto, me pregunto, me reclamo por esto, me entristece tu partida, ¿Insuficiente fue tal vez mi cariño? Probablemente sí, quién sabe.
A lo lejos te desvaneces, tu silueta se convierte en un espectro, tu sonrisa se funde dentro de mi mente y se añade a mis recuerdos, tu voz es ahora un extraño sonido que viene de lejos. ¿Es que acaso un adiós no es suficiente?
Una esperanza débil y marchita aún vive; espero que vuelvas.
Ahora solo queda el vacío, el silencio, tu recuerdo, souvenirs diminutos, una caricia lejana, una luz semidifusa, un suspiro triste, un poeta sin vocación, un loco sin psiquiatra, un ave sin viento, un solitario más solo...
Te vas y yo me quedo, tú vives al igual que yo, tú volarás y yo caminaré, y no dices nada, no necesitas decirlo, y no hago nada, sólo extrañar, sólo ver, sólo ser.
Un adiós no es suficiente, tal vez un te amo sería lo más coherente.
Autor: Rodrigo Ventura
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La oscuridad, el miedo, las bajas pasiones, la melancolía, son adornos que acompañan a la muerte de la luz, donde termina un ocaso, nace una incomprendida, llena de misticismo y magia, de espectros y soledad en abundancia, repleta de un ruido tan placentero que es el silencio, animada por la presencia de la nada y el soplar del viento que empuja a los árboles a transformarse en espectros perpetuos del lienzo caprichoso que llamamos ciudad.
Temida y odiada, eludida por la mayoría de mortales que prefiere la seguridad de la luz, pero amada por los desquiciados ilusos que encuentran en ella el calor que jamás recibieron en el seno de la claridad. Apasionante para los inadaptados que se topan con los fantasmas de musas olvidadas, y las convierten de nuevo en inspiración, rescatándolas del vacío absurdo que deja la coherencia de los normales.
Hogar de los atormentados, que habitan la nada desde tiempos lejanos, seres que llaman familia a los espíritus, a las almas vagabundas y espíritus dueños del espacio que nadie quiere, guardianes de las puertas de la realidad, creadores sublimes de lo sobrenatural.
El temor va de la mano de lo que no se comprende, la calma hechizante de las sombras proyectadas por los testigos eternos presente en cada callejón, el desconcierto de los que encuentran en el licor su escape a su ser terrenal y deambulan inmersos en la nada, acompañados de las ánimas protectoras que los guían a ninguna parte, todo marcado por la agonía de esperanzas moribundas antes de nacer, de amores perdidos en la ausencia, recordados nada mas por los que ya no existen y sufren eternamente; la noche, dueña de la verdad más amarga del ser humano, cobijo eterno de lo incomprensible, pasión muerta de los dioses ya olvidados, refugio de los mas bajos instintos, embriagante respiro de misticismo.
La noche, la oscuridad, mi pasión, mi locura, mi amor, mi odio, mi hogar, el reflejo de mi vida, el destino de mi pensar, el cobijo de mi muerte.
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Su aroma me despierta
su actitud me conmueve
su mirada me estremece
más aún lo hacen sus besos
y que decir de sus caricias
hablan por sí solas.
Una duda me despierta
pero el deseo me hipnotiza
sus caderas son imanes
que guían mis manos
su respiración agitada
me enloquece
su cuerpo atrae al mío
para fundirse en uno solo
mi mente se nubla
mis impulsos develan mi naturaleza
el deseo se apodera de mi cabeza
sus senos se comprimen en mi pecho
y su vientre se funde con el mío.
Mi piel absorbe su olor
su lengua apaga toda cordura
y mi cuerpo la reclama
y mis brazos la aprisionan
y mi alma se ve olvidada.
¿Una experiencia? Quizás...
Autor: Rodrigo Ventura
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